7 de noviembre de 2010

Yo no le tengo miedo al silencio, ni a noviembre, ni a mis hormonas. No le tengo miedo al viento ni a la lluvia. No le tengo miedo a las palabras ni a los murmullos. No le tengo miedo a los hombres ni a las mujeres. No le temo al destino, no le temo a los medicamentos, no le temo a las mayorías, no le temo a los geranios.

Muero de a poco y me aterran las arañas, me aterran los cuchillos y las tijeras, me aterran mis uñas y mis caderas, me aterra mirar a los ojos y encontrar verdades no deseadas, me aterra el devenir mental en el que suelo navegar. Le temo a tu pasado, le temo a mis tres tiempos elementales. Le temo a las cejas que se alzan a mirar ciertas anatomías. Le temo al llanto que no puedo retener, le temo a mis palabras y mis esquemas que de a poco se desmoronan. Le temo al verano, tengo terror de mi ser físico. Le temo a la sensación de inestabilidad terranea, esa que de hace días puja por llevarme arriba ( o abajo). Le temo al temor, le temo a la incertidumbre, le temo a las vueltas y tormentas mentales, esas que ya mencioné, esas que me hacen temer.

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